lunes, 21 de diciembre de 2009

Mi alma enciende la mecha del color del señor que nunca vera nada. ceñirá la bandera del olvido. DIOS que pesimista soy! es lo negro del asunto que siempre dará combustible a las cosas q no pasan en la realidad y se van al subjetivismo, alegóricas, chistosas y omnipresentes que dicen que no pasó nada y solo ven mosquitos y murciélagos.

Aquí ya no hay nada, solo lo que se podría crear, pero el bunker de gente nunca permitió vernos, solo queda un poco de cuasi poesía para dejar pasar el estado que hace perdernos entre demencia o enfermedades y cosas que al resto le pasa, deberíamos pensar mejor, pero... así es la vida tan deli.

martes, 15 de diciembre de 2009

solos

solo

solos

picado

viento mortuorio

“Sea cual sea el régimen, a los estudiantes que son jóvenes, que sienten que todavía no han entrado en el sistema que les han preparado sus padres y en el que no quieren entrar, lo único que les queda es la violencia. Dicho de otro modo, no quieren concesiones, no quieren que les arreglen las cosas, que se les satisfagan pequeñas reivindicaciones para, de hecho, acorralarles y hacerles seguir las reglas y hacerles ser, como les decía, dentro de 30 años, un viejecito utilizado como su padre”.Sartre: el espíritu del 68

jueves, 10 de diciembre de 2009

Muelas, lenguas, dientes, viceras cuando miro el piso el hombre me pregunta
si quiero comer, yo le digo por supuesto, hace siglos que no me alimento, el me dice: te quiero a ti, quiero tus tripas y hacer comida para los perros, yo solo me niego y pago la cuenta.

domingo, 8 de noviembre de 2009

¿QUE EXTRAÑAS?
Estar en oscuros días como hoy mirando los filtros de dios, las nubes la gente y toda la vida? Es un día nublado y me encanta.
Me extrañas por:
Las letras y las palabras que la semántica no puede descifrar, solo describir, los sueños que se tornan utópicos en las luchas de los líderes y recordarlo, y recordar que nosotros somos parte de eso, y te anima, se esfuma y extraña.

Necesitarte, esa increíble sensación de causar el equilibrio, el extraño vacío llama al vacío y por eso necesito más y me extrañas por decírtelo, encontar comunidades enteras e introducirlos en nuestro arte y mundo.

Y lo que no extraño es conocerte, no te extraño porque siento celos del mundo y tus pensamientos sin necesidad de conocerte.
Tu donde estas?? Y que calles pintan tus bellos pies??y las naciones??
Es mas fuerte la política de los reinos con fronteras militarizadas y el ridículo materialismo humano para que seamos bestias tiradas en el fango muriendo desangrados de nuestras depresiones por no tener más, por no tenerte tanto, que me dirás?... maldita industria, maldita industria cultural, maldita industria mundial que me separa de todos, de la necesidad, el alcohol y las drogas, pero es solo el principio, para que todos se extrañen la inteligencia humana se torna irreversible.
Yo extraño
No tener las agallas de mi lucha y ser un maldito cobarde, claro depende, puesto que al salir del hoyo miras la luz, serias tonto al quemarte, pero es solo reprensión autónoma y mi disculpa a Dios, puesto que lo independizo y voy a buscarte aunque libere naciones.

Malditos políticos, discurso local y mundial

Nocivos por su ignorancia, su estupidez, sus tropiezos y ridícula sonrisa.

La humanidad se entrega al “capaz” para que lo haga, pero la ingenuidad es un pecado y pagamos por eso.

Y el panorama está batallando con la tierra, y la muerte alrededor de nuestro propio purgatorio, el mapa no está, la iglesia lo destruyó y la psiquis humana no sale de la crisis, la depresión y la locura.

Lo que ellos no saben que su mal congénito los matara con sed, sus entrañas se quemarán y morirán sin luz, sin sabiduría, y sin vestigios de otra vida, pues lo que se hace en esta vida se paga de inmediato y no dude que también están los otros que quieren vengarse.

No sigan. En el futuro los ejecutarán buscando alivio a la pena. Y ahora mismo lo planeamos, no como sus allegados dictadores en matanza y desorden, sino, con discursos, con humanidad arte y boca, no van a callar lo que pensamos de ustedes, pues errantes vamos por los mundos, nadie nos conoce y por tanto nos subestiman, es perfecto. Porque con brazos abiertos habrá familia y detendremos su ridícula abadía.

Mas para ti yo escribendo en mi agonia de desahogo.. a enfrentarme, ya se a quien debo enfrentarme, no a ti..

jueves, 24 de septiembre de 2009

Desperdicio de tiempo que regala dios, maniana no habra tiempo y sera el arquetipo neurotico de los sufrimientos humanos.. ejemmm es decir de lo que queda de los humanos..ja.. q deprimente.jeje

jueves, 23 de julio de 2009

game

LOS GAMMAS COMO LEONES, VISTOS POR EXTRA PERCEPCIONES QUE NO ME DEJAN EN EL JUEGO QUE ES SOLO UN PRETEXTO PARA COGER LA MERIENDA Y SALIR CORRIENDO POR LA PUERTA EN CONTRALUZ.

Un asesinato [Cuento. Texto completo] Anton Chejov


Un asesinato
[Cuento. Texto completo]
Anton Chejov

Es de noche. La criadita Varka, una muchacha de trece años, mece en la cuna al nene y le canturrea:

«Duerme, niño bonito, que viene el coco...»

Una lamparilla verde encendida ante el icono alumbra con luz débil e incierta. Colgados a una cuerda que atraviesa
la habitación se ven unos pañales y un pantalón negro. La lamparilla proyecta en el techo un gran círculo verde;
las sombras de los pañales y el pantalón se agitan, como sacudidas por el viento, sobre la estufa, sobre la cuna
y sobre Varka.

La atmósfera es densa. Huele a piel y a sopa de col.

El niño llora. Está hace tiempo afónico de tanto llorar; pero sigue gritando cuanto le permiten sus fuerzas. Parece
que su llanto no va a acabar nunca.

Varka tiene un sueño terrible. Sus ojos, a pesar de todos sus esfuerzos, se cierran, y, por más que intenta evitarlo,
da cabezadas. Apenas puede mover los labios, y se siente la cara como de madera y la cabeza pequeñita cual la de un
alfiler.

«Duerme, niño bonito...», balbucea.

Se oye el canto monótono de un grillo escondido en una grieta de la estufa. En el cuarto inmediato roncan el maestro
y el aprendiz Afanasy. La cuna, al mecerse, gime quejumbrosa. Todos estos ruidos se mezclan con el canturreo de
Varka en una música adormecedora, que es grato oír desde la cama. Pero Varka no puede acostarse, y la musiquita la
exaspera, pues le da sueño y ella no puede dormir; si se durmiese, los amos le pegarían.

La lamparilla verde está a punto de apagarse. El círculo verde del techo y las sombras se agitan ante los ojos
medio cerrados de Varka, en cuyo cerebro semidormido nacen vagos ensueños.

La muchacha ve en ellos correr por el cielo nubes negras que lloran a gritos, como niños de teta. Pero el viento
no tarda en barrerlas, y Varka ve un ancho camino, lleno de lodo, por el que transitan, en fila interminable,
coches, gentes con talegos a la espalda y sombras. A uno y otro lado del camino, envueltos en la niebla, hay bosques.
De pronto, las sombras y los caminantes de los talegos se tienden en el lodo.

-¿Para qué hacen eso? -les pregunta Varka.

-¡Para dormir! -contestan-. Queremos dormir.

Y se duermen como lirones.

Cuervos y urracas, posados en los alambres del telégrafo, ponen gran empeño en despertarlos.

«Duerme, niño bonito...», canturrea entre sueños Varka.

Momentos después sueña hallarse en casa de su padre. La casa es angosta y oscura. Su padre, Efim Stepanov,
fallecido hace tiempo, se revuelca por el suelo. Ella no lo ve, pero oye sus gemidos de dolor. Sufre tanto
-atacado de no se sabe qué dolencia-, que no puede hablar. Jadea y rechina los dientes.

-Bu-bu-bu-bu...

La madre de Varka corre a la casa señorial a decir que su marido está muriéndose. Pero ¿por qué tarda tanto
en volver? Hace largo rato que se ha ido y debía haber vuelto ya.

Varka sueña que sigue oyendo quejarse y rechinar los dientes a su padre, acostada en la estufa.

Mas he aquí que se acerca gente a la casa. Se oye trotar de caballos. Los señores han enviado al joven médico
a ver al moribundo. Entra. No se le ve en la oscuridad, pero se le oye toser y abrir la puerta.

-¡Enciendan luz! -dice.

-¡Bu-bu-bu! -responde Efim, rechinando los dientes.

La madre de Varka va y viene por el cuarto buscando cerillas. Unos momentos de silencio. El doctor saca del
bolsillo una cerilla y la enciende.

-¡Espere un instante, señor doctor! -dice la madre.

Sale corriendo y vuelve a poco con un cabo de vela.


Las mejillas del moribundo están rojas, sus ojos brillan, sus miradas parecen hundirse extrañamente agudas
en el doctor, en las paredes.

-¿Qué es eso, muchacho? -le pregunta el médico, inclinándose sobre él-. ¿Hace mucho que estás enfermo?

¡Me ha llegado la hora, excelencia! -contesta, con mucho trabajo, Efim-. No me hago ilusiones...

-¡Vamos, no digas tonterías! Verás cómo te curas...
-Gracias, excelencia; pero bien sé yo que no hay remedio... Cuando la muerte dice aquí estoy, es inútil
luchar contra ella...

El médico reconoce detenidamente al enfermo y declara:

-Yo no puedo hacer nada. Hay que llevarlo al hospital para que lo operen. Pero sin pérdida de tiempo.
Aunque es ya muy tarde, no importa; te daré cuatro letras para el doctor y te recibirá. ¡Pero en seguida, en seguida!

-Señor doctor, ¿y cómo va a ir? -dice la madre-. No tenemos caballo.

-No importa; hablaré a los señores y les dejarán uno.

El médico se va, la vela se apaga y de nuevo se oye el rechinar de dientes del moribundo.

-Bu-bu-bu-bu...

Media hora después se detiene un coche ante la casa; lo envían los señores para llevar a Efim
al hospital. A los pocos momentos el coche se aleja, conduciendo al enfermo.

Pasa, al cabo, la noche y sale el sol. La mañana es hermosa, clara. Varka se queda sola en casa;
su madre se ha ido al hospital a ver cómo sigue el marido.

Se oye llorar a un niño. Se oye también una canción:

«Duerme niño bonito...»

A Varka le parece su propia voz la voz que canta.

Su madre no tarda en volver. Se persigna y dice:

-¡Acaban de operarlo, pero ha muerto! ¡Santa gloria haya!... El doctor dice que se le ha operado
demasiado tarde; que debía habérsele operado hace mucho tiempo.

Varka sale de la casa y se dirige al bosque. Pero siente de pronto un tremendo manotazo en la nuca.
Se despierta y ve con horror a su amo, que le grita:

-¡Mala pécora! ¡El nene llorando y tú durmiendo!

Le da un tirón de orejas; ella sacude la cabeza, como para ahuyentar el sueño irresistible,
y empieza de nuevo a balancear la cuna, canturreando con voz ahogada.

El círculo verde del techo y las sombras siguen produciendo un efecto letal sobre Varka, que,
cuando su amo se va, torna a dormirse. Y empieza otra vez a soñar.

De nuevo ve el camino enlodado. Infinidad de gente, cargada con talegos, yace dormida en tierra.
Vorka quiere acostarse también; pero su madre, que camina a su lado, no la deja; ambas se dirigen
a la ciudad en busca de trabajo.

-¡Una limosnita, por el amor de Dios! -implora la madre a los caminantes-. ¡Compasión, buenos cristianos!

-¡Dame el niño! -grita de pronto una voz que le es muy conocida a Varka-. ¡Otra vez dormida, mala pécora!

Varka se levanta bruscamente, mira en torno suyo y se da cuenta de la realidad: no hay camino,
ni caminantes, ni su madre está junto a ella; sólo ve a su ama, que ha venido a darle teta al niño.

Mientras el niño mama, Varka, de pie, espera que acabe. El aire empieza a azulear tras los cristales;
el círculo verde del techo y las sombras van palideciendo. La noche le cede su puesto a la mañana.

-¡Toma al niño! -ordena a los pocos minutos el ama, abotonándose la camisa-. Siempre está llorando.
¡No sé qué le pasa!

Varka coge al niño, lo acuesta en la cuna y empieza otra vez a mecerlo. El círculo verde y las sombras,
menos perceptibles a cada instante, no ejercen ya influjo sobre su cerebro. Pero, sin embargo, tiene sueño;
su necesidad de dormir es imperiosa, irresistible. Apoya la cabeza en el borde de la cuna y balancea el
cuerpo al par que el mueble, para despabilarse; pero los ojos se le cierran y siente en la frente un peso plúmbeo.

-¡Varka, enciende la estufa! -grita el ama, al otro lado de la puerta.

Es de día. Hay que comenzar el trabajo.

Varka deja la cuna y corre por leña a la porchada. Se anima un poco; es más fácil resistir el sueño andando que sentado.

Lleva leña y enciende la estufa. La niebla que envolvía su cerebro se va disipando.

-¡Varka, prepara el samovar! -grita el ama.

Varka empieza a encender astillas, mas su ama la interrumpe con una nueva orden:

-¡Varka, límpiale los chanclos al amo!

Varka, mientras limpia los chanclos, sentada en el suelo, piensa que sería delicioso meter la
cabeza en uno de aquellos zapatones para dormir un rato. De pronto, el chanclo que estaba limpiando
crece, se infla, llena toda la estancia. Varka suelta el cepillo y empieza a dormirse; pero hace un
nuevo esfuerzo, sacude la cabeza y abre los ojos cuanto puede, en evitación de que los chismes que
hay a su alrededor sigan moviéndose y creciendo.

-¡Varka, ve a lavar la escalera! -ordena el ama, a voces-. ¡Está tan cochina, que cuando sube un
parroquiano me avergüenzo!

Varka lava la escalera, barre las habitaciones, enciende después otra estufa, va varias veces a
la tienda. Son tantos sus quehaceres, que no tiene un momento libre.

Lo que más trabajo le cuesta es estar de pie, inmóvil, ante la mesa de la cocina, mondando papas.
Su cabeza se inclina, sin que ella lo pueda evitar, hacia la mesa; las papas toman formas fantásticas;
su mano no puede sostener el cuchillo. Sin embargo, es preciso no dejarse vencer por el sueño: está allí
el ama, gorda, malévola, chillona. Hay momentos en que le acomete a la pobre muchacha una violenta
tentación de tenderse en el suelo y dormir, dormir, dormir...

Transcurre así el día. Llega la noche.

Varka, mirando las tinieblas enlutar las ventanas, se aprieta las sienes, que se siente como de madera,
y sonríe de un modo estúpido, completamente inmotivado. Las tinieblas halagan sus ojos y hacen renacer
en su alma la esperanza de poder dormir.

Hay aquella noche una visita.

-¡Varka, enciende el samovar! -grita el ama.

El samovar es muy pequeño, y para que todos puedan tomar té hay que encenderlo cinco veces.

Luego Varka, en pie, espera órdenes, fijos los ojos en los visitantes.

-¡Varka, ve por vodka! Varka, ¿dónde está el sacacorchos? ¡Varka, limpia un arenque!

Por fin la visita se va. Se apagan las luces. Se acuestan los amos.

-¡Varka, abraza al niño! -es la última orden que oye.

Canta el grillo en la estufa. El círculo verde del techo y las sombras vuelven a agitarse ante
los ojos medio cerrados de Varka y a envolverle el cerebro en una niebla.

«Duerme, niño bonito...» canturrea la pobre muchacha con voz soñolienta.

El niño grita como un condenado. Está a dos dedos de encanarse.

Varka, medio dormida, sueña con el ancho camino enlodado, con los caminantes del talego, con su madre,
con su padre moribundo. No puede darse cuenta de lo que pasa en torno suyo. Sólo sabe que algo la paraliza,
pesa sobre ella, le impide vivir. Abre los ojos, tratando de inquirir qué fuerza, qué potencia es ésa, y
no saca nada en limpio. Sin alientos ya, mira el círculo verde, las sombras... En este momento oye gritar
al niño y se dice: «Ese es el enemigo que me impide vivir.»

El enemigo es el niño.

Varka se echa a reír. ¿Cómo no se le ha ocurrido hasta ahora una idea tan sencilla?

Completamente absorbida por tal idea se levanta, y, sonriendo, da algunos pasos por la estancia. La llena
de alegría el pensar que va a librarse al punto del niño enemigo. Lo matará y podrá dormir lo que quiera.

Riéndose, guiñando los ojos con malicia, se acerca con tácitos pasos a la cuna y se inclina sobre el niño.

Le atenaza con ambas manos el cuello. El niño se pone azul, y a los pocos instantes muere.

Varka entonces, alegre, dichosa, se tiende en el suelo y se queda al punto dormida con un sueño profundo.